Sé que me desprecias.
Siempre lo he sabido.
Me lo decían tu mirada y tus falsas promesas.
Cuando decías que yo para ti era una prioridad y que mi trabajo te importaba, sabía que me estabas mintiendo.
Ahora, ya es público tu desprecio.
Creo que en realidad me tienes miedo. Sabes que soy quien enseñará a leer a Hanna para que pueda estudiar Derecho, quien ayudará a que Luis aprenda un oficio y quien procurará que el padre y la madre de José Ignacio se interesen por sus estudios para que no abandone el instituto sin acabar la Secundaria. Sabes que soy el ascensor y soy la puerta. Sabes que soy una amenaza para tu poder porque vengo cargado de ideas y de palabras y a ti te da miedo que se piense y que se hable.
También conozco tu estrategia: sé que intentarás enfrentarme con los padres y las madres de mis propios estudiantes. Usarás los lugares comunes para intentar que no me apoyen. Buscarás dividirnos, segmentarnos, fragmentarnos. Pero no lo conseguirás.
Tú quieres construir una sociedad de consumidores obedientes y pagadores devotos mientras que yo procuro una sociedad de ciudadanos libres. Tú buscar dominar a todos sometiéndome a mí; yo busco liberarlos a pesar de ti. Tú crees que estoy solo y, sin embargo, yo sé que somos miles.
Muy pronto saldrás a la calle a pedir mi voto. No te creeré, porque sé que me desprecias, pero sí te doy un consejo: cuando vayas por la calle, mira la cara de la gente. Podrás verme en cada rostro porque dentro de nosotros siempre vive la maestra o el maestro que nos hizo libres.
De Fernando Trujillo